HISTORIA CORTA: La pequeña Mari Jane. De Encarni Prados




Ariadna por fin se había licenciado. Recién acabada su carrera de periodismo lo que quería hacer le llevaba rondando por su cabeza un par de años. Había rechazado dos ofertas de trabajo en los diarios más prestigiosos de Londres. Haber acabado la primera de su promoción y ser hija del famoso periodista Don Hamilton era un pase automático para trabajar en el top del periodismo. Pero no era lo que Ariadna quería. Desde su adolescencia estaba obsesionada con la época victoriana. Le encantaba coleccionar fotografías que encontraba en mercadillos, vestidos y botas típicas de la época (aunque no eran fáciles de conseguir). Ariadna adoraba a los escritores de la época: Dickens, Poe, Doyle y un largo plantel que le hacían trasladarse a sus costumbres y vivencias. Con un bolso de fin de semana y su inseparable mochila cogió un vuelo hacia Crawley, donde ya tenía reservaba habitación en el Copthorne Hotel. En apenas media hora había pasado del Heathrow de Londres al Gatwick de Crawley.

Salió del aeropuerto, llamó un taxi y fue directamente al hotel, quería dejar sus cosas en la habitación y acercarse a la biblioteca pública antes de que cerraran.

Ya se había documentado sobre la historia que quería escribir, al menos, sobre la principal, quería escribir un libro con historias victorianas.

Hubo una historia que conmocionó al pequeño Crawley en el 1870, una historia que tenía obsesionada a Ariadna y una foto que no dejaba de ver en su cabeza, la de la pequeña Mary Jane en su cuarto jugando con sus muñecas.

Todo eso iba pensando mientras iba en el taxi y, tal cual llegó, así hizo. Se registró en el hotel, subió a la habitación y dejó la maleta. Se refrescó la cara para intentar quitar un poco del cansancio acumulado y bajó al hall del hotel.

El recepcionista le preguntó si todo estaba a su gusto, porque le extrañó que bajara tan rápido. Ariadna le dijo que todo correcto, que necesitaba un plano para moverse por la ciudad y que le señalara en él donde estaba la biblioteca más importante.

El joven recepcionista sonrió aliviado y le dibujó la ruta, estaba muy cerca del hotel, la chica le dio las gracias y salió sin más dilación.

Llegó a la biblioteca pasados diez minutos de caminata sin ningún problema, se dirigió a la bibliotecaria de turno, una joven morena de unos treinta años vestida con un vaporoso y fresco vestido veraniego hecho para aliviar las calurosas tardes de agosto. Ésta la guió hasta la hemeroteca que ya estaba totalmente digitalizada así que no era más que una sala con cuatro ordenadores. Nuestra intrépida periodista le dio las gracias y, sin pérdida de tiempo, se puso a investigar hasta que encontró lo que buscaba, ahí estaba la noticia y la misma fotografía que la obsesionaba.



Crawley News 24 de noviembre de 1870. TERRIBLE SUCESO EN NUESTRA TRANQUILA LOCALIDAD

Ayer, martes día veintitrés de noviembre del año de mil ochocientos setenta en el 27 de Swalow Road se produjeron unos terribles acontecimientos que han conmocionado a toda la población. El señor Belvedere acudió a dicho domicilio enviado por su jefe porque el encargado de compras de los almacenes Henkings no acudió el lunes a su puesto de trabajo.

El dueño de los almacenes temió que algo pasara pues el señor Gibbs, en sus veinticinco años de empleado, no había faltado al trabajo ni una sola vez.

A las diez de la mañana se oyeron unos gritos de hombre en dicho domicilio en Swalow Road y acudieron los vecinos, se encontraron al señor Belvedere con un rostro de un blanco sepulcral saliendo de dicha casa. Éstos no se atrevieron a entrar y avisaron a la policía.

Cuando el pobre empleado de los almacenes recobró la compostura declaró que lo que había en esa casa era terrorífico.

El matrimonio Gibbs y el hijo pequeño de ambos, John, se encontraban en la cama de matrimonio, en medio de sus padres, con una sonrisa en los labios y con otra a juego en sus cuellos, las sábanas, anteriormente blancas, estaban teñidas de un rojo oscuro como si fuera su color original. Las moscas zumbaban alrededor dándoles movimiento a esos tajos abiertos en las gargantas y el olor era insoportable; una mezcla a hierro y a descomposición que el pobre señor Belvedere no olvidaría mientras viviera.

A Mary Jane no la encontró “gracias a Dios” pensó, quizás ella se ha escondido y ha sobrevivido.

Se dirigió a su cuarto y lo que vio, si cabe, le heló más la sangre que el tétrico cuadro que había encontrado en el otro dormitorio. Allí se encontraba la pequeña jugando con sus muñecas tranquilamente, invitándolas al te, con una caja de matarratas al lado de la tetera y un gran cuchillo ensangrentado en el suelo. Eso fue lo que hizo al desdichado salir dando gritos.

Se ha interrogado a la niña, que se encontraba en buen estado y sin síntomas de trauma alguno. Ella ha contestado tranquilamente que miss Audrey y mis Agatha (que era el nombre que había dado a sus muñecas) le habían dicho que había demasiado ruido en casa, que en la cena les pusiera un poco de matarratas en la sopa, que ella no tomara y que luego les dibujara una sonrisa profunda en el cuello cuando estuvieran dormidos. Que de esa forma ellas podrían tomar el té todas las veces que quisieran en silencio y sin tener que volver nunca a ese colegio en el que las otras niñas la llamaban rara y se metían con ella.

Por ahora no se descarta ninguna hipótesis, si bien, todos los indicios llevan a pensar a que ha sido un parricidio provocado por la hija mayor de los Gibbs de, tan solo, ocho años de edad.

La niña está ingresada en el hospital central y está siendo sometida a estudios médicos. Seguiremos informando.

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