
Naufragio
Todos parecían estar mirándome en ese momento.
La embarcación era grande, aún así, los víveres se
terminarían en poco tiempo.
Mi amiga Carla, murió en la tormenta, al igual que mis dos
hermanos. Ahora solo quedaban una docena de personas totalmente desconocidas
para mí, que parecían muy capaces, al menos fue la impresión que me dio al conocerlas
por primera vez. En ese crítico momento, solo veía gente desesperada, sin saber
muy bien como reaccionar o a que aferrarse. No tenían esperanza, solo sabían
hacer lo que habían hecho durante toda su vida: disimular que eran necesarios,
intentar convencer y utilizar al resto de personas para sentirse importantes.
Pero entonces todo eso daba igual.
Ese grupo de “despropósitos humanos” con grandes carreras
estudiadas y fortunas amasadas había llegado al punto límite: el sacerdote se
había hecho con el control.
Dios quería que solo sobrevivieran los mejores decía
Alberto, por eso nos había puesto a prueba. Palabras necias para un hombre menudo y de mirada mezquina.
El arquitecto argumentó su capacidad notoria para crearnos
un techo donde vivir en caso de naufragar en alguna isla desierta. El médico
comentó la utilidad de sus grandes conocimientos y su necesidad de ellos para
el grupo. La scout se levantó orgullosa y dijo que ella sería la especialista
en ese nuevo mundo para ayudarlos a sobrevivir.
La maestra por otro lado comentó que quién iba a educar a los niños que
pudieran salir de esa comunidad si nadie conseguía rescatarlos. Ella se ofreció
como voluntaria.
Yo, el escritor infame, me reía en secreto de todos ellos.
A continuación habló también la secretaria y el abogado, el
albañil y el cocinero, el dentista y la psicóloga y algunos más. Yo seguí
riéndome mentalmente hasta que me tocó el turno.
—Le toca señor… ¿Tali? —dijo el sacerdote de forma
ceremonial —¿Por qué cree que en este grupo un escritor debe ser elegido por
Dios nuestro todopoderoso, para sobrevivir a este terrible cataclismo?
Había alzado las manos y hablaba al cielo con voz queda. Mientras,
el silencio se apoderó de todo el grupo. No pude evitar sonreír e incluso
soltar una pequeña y mal disimulada carcajada.
Los supervivientes me miraron con el ceño fruncido.
Estábamos en una especie de corro ceremonial organizado por
Alberto. Una vez se decidiese, por voto de todos, quien no sería útil allí, varios
de nosotros seríamos tirados por la borda. No quedaban víveres para muchos días
y sin lugar a duda, la idea generalizada es que íbamos a ser un grupo como los
de la serie de perdidos, que en cualquier momento llegaríamos a una isla
alejada de todo, donde jamás nadie nos encontraría.
Levanté las manos del mismo modo que lo había hecho hace un
momento “el hombre de dios” y con la voz aun algo jocosa empecé a hablar.
—Creo que deberían tirarme a mí el primero.
Los ojos muy abiertos de los que me miraban denotaron una
sorpresa generalizada.
—Está claro que estamos condenados por un viejo borracho pederasta
que se hace llamar sacerdote. Le hacemos caso solo porque tiene el hábito. Hace
unos días era el marginado del grupo y ahora mirad, desesperados le estamos
cediendo el control. Vamos a matar vidas porque tenemos miedo. No quiero estar
aquí para ver como la locura se hace cargo de todo, no quiero una reproducción
adulta de el señor de las moscas.
¡Tiradme ya!
Nadie se movió de su sitio mientras observaban mi cara de
desagrado que se reía de todos ellos con descaro.
—¿Para qué sirve un escritor, pensareis?, entrando en
vuestro juego os diré… ¿para nada?
Volví la cabeza lentamente mirando a los ojos del sacerdote.
—Es verdad, un sacerdote es muy útil para salvar vuestras
almas. Muy útil, para obligaros a trabajar mientras él se eleva como jefe
supremo y contacto con el señor que nos ha abandonado a una puñetera tormenta. ¡Claro,
Dios no tiene otra cosa que hacer que cuidar de nosotros!¡Guau! ¿Va a convertir
tu dios las piedras en panes?, sino mejor te tiramos a ti.
—Un arquitecto también es muy útil aquí. Hay mucho papel
para hacer planos y vamos a tener que construir una gran ciudad. Si al menos
fueras un albañil, seguramente con barro y cañas podríamos hacer algo, pero
creo que tu experiencia con estos materiales es como las del resto.
El arquitecto miró a todos algo alarmado.
—Un médico y un dentista, que bien, sin medicinas ni
utensilios. Seguro que tenéis un gran conocimiento en hierbas medicinales ¿no?
—Los miré directamente a los ojos, mientras veía que había tocado algo dentro
de ellos.
—¿Para qué servirá el pobre escritor que ha investigado para
sus novelas sobre los diferentes usos de hierbas medicinales? ¿Para qué serviré
si escribí hace años una historia sobre un naufrago e investigué sobre todas
las formas de poder sobrevivir en una isla desierta? Aprendí a hacer fuego e
ideé toda una serie de cosas a hacer para poder regresar a nuestra vida, eso no
es útil aquí, es verdad.
La gente empezaba a mirarse unos a otros. Dudando de todo un
poco.
—Para qué tener alguien que es capaz de pensar, idear y
tener esperanza, para qué alguien que sabe contar historias y cuentos para esos
hijos que nunca tendremos, ¡para qué cojones sirve alguien capaz de haceros
soñar y devolveros un cacho de realidad en forma de palabras! Para qué alguien
que os recordará quienes fuimos y en quienes estamos a punto de convertirnos, y
para qué alguien que va a señalar que hay ¡un puto barco detrás nuestro
mientras pensamos como matar a nuestros compañeros en vez de idear como narices
llamar su atención, panda de descerebrados!
Así fue como casi por casualidad, el escritor que fui, salvó
a los supervivientes de aquella embarcación. Fui al que se le ocurrió que había
que arriesgarlo todo y prender fuego a las velas, fui el que consiguió con su
imaginación que al final aquel lejano barco nos viera.
Aún hoy pienso, que menos mal que ese barco pasó, porque
puede que me hubieran terminado tirando por la borda, aunque, ¡narices, que
bien me quedé poniéndolos a todos a parir!
Soy afortunado puesto que fui el único que sobreviví al
miedo. Que no caí en sus redes, ya lo había hecho mucho antes.
Los escritores estamos acostumbrados a los mayores temores
que cualquiera pueda alguna vez enfrentarse.
¡Para eso escribimos!
¡Por eso sobrevivimos!
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