HISTORIAS CORTAS: Naufragio. De Ibán Velázquez




Ahora os presentamos otra corta historia basada en un nuevo reto propuesto por la youtuber y escritora Lorena Amkie. En este caso debiamos escribir un texto donde argumentáramos ante un grupo de naúfragos por qué eramos como escritores más necesarios que otros. La idea era aprender a vendernos como escritores y de esa idea nació este pequeño texto que considero que es una historia divertida y significativa. Os dejo con:

Naufragio

Todos parecían estar mirándome en ese momento.

La embarcación era grande, aún así, los víveres se terminarían en poco tiempo.

Mi amiga Carla, murió en la tormenta, al igual que mis dos hermanos. Ahora solo quedaban una docena de personas totalmente desconocidas para mí, que parecían muy capaces, al menos fue la impresión que me dio al conocerlas por primera vez. En ese crítico momento, solo veía gente desesperada, sin saber muy bien como reaccionar o a que aferrarse. No tenían esperanza, solo sabían hacer lo que habían hecho durante toda su vida: disimular que eran necesarios, intentar convencer y utilizar al resto de personas para sentirse importantes.

Pero entonces todo eso daba igual.

Ese grupo de “despropósitos humanos” con grandes carreras estudiadas y fortunas amasadas había llegado al punto límite: el sacerdote se había hecho con el control.

Dios quería que solo sobrevivieran los mejores decía Alberto, por eso nos había puesto a prueba. Palabras necias  para un hombre menudo y de mirada mezquina.

El arquitecto argumentó su capacidad notoria para crearnos un techo donde vivir en caso de naufragar en alguna isla desierta. El médico comentó la utilidad de sus grandes conocimientos y su necesidad de ellos para el grupo. La scout se levantó orgullosa y dijo que ella sería la especialista en ese nuevo mundo para ayudarlos a sobrevivir.  La maestra por otro lado comentó que quién iba a educar a los niños que pudieran salir de esa comunidad si nadie conseguía rescatarlos. Ella se ofreció como voluntaria.

Yo, el escritor infame, me reía en secreto de todos ellos.

A continuación habló también la secretaria y el abogado, el albañil y el cocinero, el dentista y la psicóloga y algunos más. Yo seguí riéndome mentalmente hasta que me tocó el turno.

—Le toca señor… ¿Tali? —dijo el sacerdote de forma ceremonial —¿Por qué cree que en este grupo un escritor debe ser elegido por Dios nuestro todopoderoso, para sobrevivir a este terrible cataclismo?

Había alzado las manos y hablaba al cielo con voz queda. Mientras, el silencio se apoderó de todo el grupo. No pude evitar sonreír e incluso soltar una pequeña y mal disimulada carcajada.

Los supervivientes me miraron con el ceño fruncido.

Estábamos en una especie de corro ceremonial organizado por Alberto. Una vez se decidiese, por voto de todos, quien no sería útil allí, varios de nosotros seríamos tirados por la borda. No quedaban víveres para muchos días y sin lugar a duda, la idea generalizada es que íbamos a ser un grupo como los de la serie de perdidos, que en cualquier momento llegaríamos a una isla alejada de todo, donde jamás nadie nos encontraría.

Levanté las manos del mismo modo que lo había hecho hace un momento “el hombre de dios” y con la voz aun algo jocosa empecé a hablar.

—Creo que deberían tirarme a mí el primero.

Los ojos muy abiertos de los que me miraban denotaron una sorpresa generalizada.

—Está claro que estamos condenados por un viejo borracho pederasta que se hace llamar sacerdote. Le hacemos caso solo porque tiene el hábito. Hace unos días era el marginado del grupo y ahora mirad, desesperados le estamos cediendo el control. Vamos a matar vidas porque tenemos miedo. No quiero estar aquí para ver como la locura se hace cargo de todo, no quiero una reproducción adulta de el señor de las moscas. ¡Tiradme ya!

Nadie se movió de su sitio mientras observaban mi cara de desagrado que se reía de todos ellos con descaro.

—¿Para qué sirve un escritor, pensareis?, entrando en vuestro juego os diré… ¿para nada?

Volví la cabeza lentamente mirando a los ojos del sacerdote.

—Es verdad, un sacerdote es muy útil para salvar vuestras almas. Muy útil, para obligaros a trabajar mientras él se eleva como jefe supremo y contacto con el señor que nos ha abandonado a una puñetera tormenta. ¡Claro, Dios no tiene otra cosa que hacer que cuidar de nosotros!¡Guau! ¿Va a convertir tu dios las piedras en panes?, sino mejor te tiramos a ti.

—Un arquitecto también es muy útil aquí. Hay mucho papel para hacer planos y vamos a tener que construir una gran ciudad. Si al menos fueras un albañil, seguramente con barro y cañas podríamos hacer algo, pero creo que tu experiencia con estos materiales es como las del resto.

El arquitecto miró a todos algo alarmado.

—Un médico y un dentista, que bien, sin medicinas ni utensilios. Seguro que tenéis un gran conocimiento en hierbas medicinales ¿no? —Los miré directamente a los ojos, mientras veía que había tocado algo dentro de ellos.

—¿Para qué servirá el pobre escritor que ha investigado para sus novelas sobre los diferentes usos de hierbas medicinales? ¿Para qué serviré si escribí hace años una historia sobre un naufrago e investigué sobre todas las formas de poder sobrevivir en una isla desierta? Aprendí a hacer fuego e ideé toda una serie de cosas a hacer para poder regresar a nuestra vida, eso no es útil aquí, es verdad.

La gente empezaba a mirarse unos a otros. Dudando de todo un poco.

—Para qué tener alguien que es capaz de pensar, idear y tener esperanza, para qué alguien que sabe contar historias y cuentos para esos hijos que nunca tendremos, ¡para qué cojones sirve alguien capaz de haceros soñar y devolveros un cacho de realidad en forma de palabras! Para qué alguien que os recordará quienes fuimos y en quienes estamos a punto de convertirnos, y para qué alguien que va a señalar que hay ¡un puto barco detrás nuestro mientras pensamos como matar a nuestros compañeros en vez de idear como narices llamar su atención, panda de descerebrados!

Así fue como casi por casualidad, el escritor que fui, salvó a los supervivientes de aquella embarcación. Fui al que se le ocurrió que había que arriesgarlo todo y prender fuego a las velas, fui el que consiguió con su imaginación que al final aquel lejano barco nos viera.

Aún hoy pienso, que menos mal que ese barco pasó, porque puede que me hubieran terminado tirando por la borda, aunque, ¡narices, que bien me quedé poniéndolos a todos a parir!

Soy afortunado puesto que fui el único que sobreviví al miedo. Que no caí en sus redes, ya lo había hecho mucho antes.

Los escritores estamos acostumbrados a los mayores temores que cualquiera pueda alguna vez enfrentarse.

¡Para eso escribimos!

¡Por eso sobrevivimos!

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